Normalmente añadimos ralladura de naranja o de limón a muchos de nuestros platos, pero podemos conseguir un aroma y sabor increíble, sobre todo en repostería, aprovechando las pieles de los cítricos, de una forma diferente: haciendo “polvo” de mandarinas. Sirve también para naranjas o limones, pero la mandarina es algo más dulce.
Secamos en el horno las pieles de las mandarinas, que cuanto más buenas sean mejor. Yo lo hago siempre con clemenules, que están consideradas las mejores mandarinas que hay. Si las compráis por Internet, están más frescas y conservan más sus propiedades naturales porque no han pasado por cámara.
El primer paso es limpiarlas muy bien con un cepillo y agua, quitando toda la parte interna de la piel, es decir, la parte blanca. Colocamos las cáscaras en una fuente de horno forrada con papel sulfurizado.
Con el horno a unos 70 grados, vamos dándoles la vuelta cada media hora, hasta comprobar que están secas (al romperlas con los dedos se resquebrajan completamente).
Dejamos enfriar las cáscaras y las pasamos por un molinillo. Finalmente conservamos el polvo en un bote con tapa hermética.
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